
Hay días en los que te despiertas y, aunque hayas dormido lo que se supone que es suficiente, tu cuerpo no responde. Te levantas con esfuerzo, arrastras los pies durante el día y no logras encontrar una explicación lógica. No estás enferma, no has hecho ejercicio extremo, no has pasado una mala noche... simplemente no tienes energía. ¿Te suena?
Sentirse constantemente cansada sin motivo aparente puede ser desconcertante. Y, sin embargo, es más habitual de lo que parece. Lo que muchas veces se considera “normal” podría ser en realidad una señal de que tu cuerpo necesita un cambio.
Cuando el cuerpo avisa sin levantar la voz
El cansancio no siempre llega como una alarma evidente. A veces se instala poco a poco: empiezas a ir más lenta, te cuesta concentrarte, sientes que cualquier actividad, incluso pequeña, te supera. Y no, no es solo cuestión de dormir más.
Escuchar estas señales y prestar atención a cómo te sientes —aunque parezcan detalles menores— puede ayudarte a descubrir lo que está ocurriendo realmente:
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Despertarte con la sensación de no haber dormido nada.
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Tener dificultades para concentrarte incluso en tareas sencillas.
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Notar cambios en tu apetito, tanto por exceso como por falta de hambre.
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Experimentar una sensación de “niebla mental” o confusión leve.
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Sentirte irritable o emocional sin razón clara.
No todas estas señales implican un trastorno, pero sí pueden indicar que necesitas un enfoque más integral de autocuidado.
¿Por qué me levanto cansada y sin energía?
Aunque la sensación de agotamiento puede parecer inexplicable, lo cierto es que casi siempre hay causas detrás, aunque no sean evidentes a simple vista. Estas son algunas de las más habituales:
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Dieta rica en carbohidratos refinados: alimentos como el pan blanco, los dulces industriales o las bebidas azucaradas pueden provocar picos de glucosa seguidos de bajones que se traducen en fatiga física y mental.
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Déficits de vitaminas y minerales: la falta de vitamina B12, hierro, magnesio o vitamina D puede reducir la capacidad del cuerpo para producir energía de forma eficiente.
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Sueño de baja calidad: dormir no es lo mismo que descansar. Interrupciones frecuentes durante la noche, insomnio o una rutina de sueño irregular pueden hacer que te despiertes ya agotada.
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Sedentarismo: no moverse lo suficiente puede llevar a una sensación constante de pesadez. El cuerpo necesita actividad para mantenerse activo.
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Estrés prolongado o ansiedad: cuando la mente no descansa, el cuerpo tampoco. Las preocupaciones constantes activan el sistema nervioso de forma continua, agotando tus reservas internas sin que te des cuenta.
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Problemas hormonales o afecciones médicas: alteraciones en la tiroides, anemia o incluso cambios hormonales (como en el síndrome premenstrual o la perimenopausia) pueden tener como síntoma principal el cansancio persistente.
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Deshidratación: no beber suficiente agua durante el día afecta directamente a los niveles de energía y concentración.
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Falta de sol: no exponerte a la luz natural también puede jugar un papel importante. La vitamina D, esencial para múltiples funciones del organismo, se sintetiza principalmente a través del sol. En muchas mujeres, especialmente en invierno o en trabajos de oficina, los niveles bajan sin que se note de inmediato.
Cómo quitar la fatiga
La pregunta cómo quitar la fatiga no debería enfocarse solo en “recargar pilas”. Tal vez el punto no sea tener más energía, sino entender por qué se está perdiendo. La fatiga no es un enemigo al que hay que ganarle, sino un idioma que hay que aprender a leer.
Puede ser que tu cuerpo esté bajando la velocidad porque algo dentro está exigiendo más de la cuenta. Puede que se trate de un déficit físico, pero también puede que sea un límite emocional que no está siendo respetado. El agotamiento muchas veces aparece como una última forma de decir “basta”.
Por eso, quitar la fatiga no siempre se resuelve con una solución única. A veces requiere una mirada más amplia. Una revisión de lo que estás viviendo, sintiendo, dejando pasar.
1- Revisa tu alimentación
Intenta reducir el consumo de productos procesados y azúcares simples. Apuesta por alimentos reales, ricos en fibra, proteínas y grasas saludables. Incorpora frutas, verduras de hoja verde, frutos secos y cereales integrales.
También puedes consultar con un especialista para valorar si necesitas un suplemento. Algunas vitaminas del grupo B, el hierro o el magnesio pueden ayudarte a mejorar tu nivel de energía, especialmente si tu dieta no es del todo equilibrada.
Una pauta interesante: incluir snacks ricos en proteínas y bajos en azúcares entre comidas puede ayudarte a mantener estables tus niveles de energía a lo largo del día.
2- Crea una rutina de sueño
Establece una hora fija para acostarte y levantarte, incluso los fines de semana. Evita mirar pantallas justo antes de dormir y procura cenar al menos dos horas antes de irte a la cama.
Una pequeña rutina relajante (como leer, darte una ducha templada o escuchar música tranquila) puede ayudarte a desconectar y mejorar la calidad del descanso.
Evita la cafeína desde media tarde y asegúrate de que tu habitación esté bien ventilada y sin luces intensas.
3- Muévete aunque no tengas ganas
Caminar a diario, hacer algo de estiramientos o apuntarte a una actividad suave como pilates o yoga puede ayudarte más de lo que imaginas. El movimiento activa la circulación y mejora tu estado de ánimo, incluso en los días más pesados.
Además, la actividad física estimula la producción de serotonina y dopamina, neurotransmisores que influyen directamente en cómo te sientes.
4- Haz pausas y respira
Dedicar 5 o 10 minutos al día para parar y respirar profundamente —sin distracciones, sin móviles, sin tareas— puede ayudarte a reducir el nivel de estrés acumulado. Parece poco, pero puede suponer un antes y un después en cómo afrontas el día.
Una técnica muy sencilla es la respiración 4-7-8: inhalas por la nariz durante 4 segundos, mantienes la respiración durante 7, y exhalas lentamente por la boca durante 8 segundos. Repite cuatro veces.
5- Aprende a soltar
No tienes que estar siempre disponible, ni para tu familia, ni para tu jefe, ni para tus amigas. Está bien decir que no. Y está bien dejar cosas para mañana. Escoge tus prioridades y permítete dejar espacios libres en tu agenda.
El agotamiento muchas veces surge cuando se mezcla el cansancio físico con una exigencia emocional constante. Liberarte de esa obligación de "poder con todo" puede ser el primer paso hacia el equilibrio.
6- Busca ayuda profesional
Si después de todo esto sigues sin sentirte bien, no lo dejes pasar. Acudir a tu médico de cabecera para hacer una revisión completa puede ayudarte a descartar cualquier problema de fondo y orientarte sobre posibles tratamientos.
Es probable que una analítica básica pueda darte respuestas sencillas sobre tus niveles de hierro, vitaminas o funcionamiento tiroideo. A veces, una pequeña corrección puede hacer una gran diferencia.
¿Y si la solución no está en esforzarte más, sino en empezar a cuidarte distinto? Tal vez el cansancio no sea el problema, sino la respuesta a un estilo de vida que ya no te representa. Empezar a escucharte —y no exigirte tanto— puede ser la forma más profunda de volver a sentirte con energía.