
Hay días en los que todo parece fluir con una energía especial, en los que te sientes segura, optimista, creativa. Y, de repente, sin un motivo aparente, te invade una sensación de irritabilidad o tristeza que no sabes muy bien de dónde viene. Aunque a veces cueste hacer la conexión, el ciclo menstrual tiene mucho que ver con estos altibajos. No solo se trata de lo físico, de lo que sucede con el cuerpo. También hay un mapa emocional que se mueve con cada fase.
Emociones y hormonas: cómo están conectadas
A lo largo del mes, nuestros niveles hormonales no se mantienen constantes. De hecho, lo habitual es que suban y bajen en distintos momentos, influyendo en cómo pensamos, actuamos y nos sentimos. Lo interesante es que este patrón tiene cierta previsibilidad. Es decir, si prestas atención a tus emociones y las cruzas con el calendario de tu ciclo, probablemente empieces a ver una especie de guión interno que se repite.
Este vaivén no es algo que imaginamos. Las hormonas sexuales —principalmente estrógenos y progesterona— se vinculan directamente con neurotransmisores como la serotonina, la dopamina y la oxitocina. Por eso no es casual que te sientas más animada en una fase y más bajoneada en otra. Y tampoco es casual que a muchas nos cueste conectar lo que pasa en nuestra mente con lo que pasa en nuestro útero.
¿Cómo afecta el ciclo menstrual a tus emociones?
Fase menstrual
Cuando comienza la menstruación, se inicia una etapa donde el cuerpo se repliega. Los niveles de estrógeno y progesterona están en su punto más bajo, y eso puede sentirse como un descenso generalizado. Algunas mujeres lo viven con cansancio, otras con introspección o una necesidad de estar más hacia adentro. No es raro sentir irritabilidad, melancolía o una sensibilidad que no suele estar tan a flor de piel en otros momentos.
Más allá del dolor físico o del sangrado, el aspecto emocional puede incluir una especie de desconexión temporal del mundo exterior. Hay quienes lo viven como un momento incómodo, y otras que lo aprovechan para bajarse del ritmo y revisar cómo están realmente. Reconocer esta fase como válida y necesaria es clave para dejar de exigirnos estar al 100% todo el tiempo.
Fase folicular
Tras los primeros días de sangrado, el cuerpo comienza a prepararse nuevamente. El estrógeno empieza a subir y eso se traduce, muchas veces, en una sensación de ligereza. Es como si todo empezara a reactivarse: la energía vuelve, las ideas fluyen con más facilidad, y las emociones, aunque siguen siendo intensas, se sienten más manejables.
Esta fase suele venir acompañada de motivación, enfoque, ganas de planear y de conectar con lo nuevo. Es un momento especialmente propicio para iniciar proyectos, para resolver temas que parecían estancados o incluso para animarse a tomar decisiones importantes. Muchas mujeres reportan sentirse más atractivas y comunicativas durante esta etapa, como si algo internamente hiciera clic y dijera: “Ahora sí”.
Aunque la euforia pueda parecer sutil, lo cierto es que el cerebro está recibiendo señales bioquímicas que impactan directamente en la forma de percibir el entorno. Es también una buena fase para observar cómo reacciona tu cuerpo ante los vínculos, las expectativas y las exigencias.
Ovulación
Alrededor del día 14 del ciclo, se produce la ovulación. En esta fase, el estrógeno alcanza su punto más alto y se suma un aumento de la hormona luteinizante. En términos emocionales, muchas mujeres describen este momento como una especie de “auge”: hay una mayor sociabilidad, una confianza renovada y una capacidad de empatizar con otras personas que se potencia.
Es bastante frecuente sentirse más abierta a los vínculos, con más deseo sexual y una sensación general de plenitud. Si lo piensas, tiene sentido: biológicamente, este es el momento más fértil, por lo que el cuerpo se dispone a atraer, a vincularse y a mostrarse disponible.
Fase lútea
Después de la ovulación, el cuerpo entra en la fase lútea. Aquí, la progesterona toma protagonismo y, aunque su función es preparar el útero para un posible embarazo, su influencia emocional puede ser más desafiante. Si no se produce fecundación, el cuerpo empieza a reorganizarse para una nueva menstruación y, con ello, pueden emerger emociones más pesadas.
Esta fase es donde suelen aparecer los cambios anímicos más marcados: tristeza sin motivo aparente, irritabilidad, sensación de estar abrumada o una necesidad casi urgente de retirarse del entorno social. En muchas mujeres se manifiestan síntomas del síndrome premenstrual (SPM), y en algunos casos más extremos, se experimenta el trastorno disfórico premenstrual (TDPM), que incluye síntomas más intensos y duraderos.
Cómo identificar lo que sientes en cada fase
Reconocer qué fase del ciclo estás transitando puede ayudarte a entender por qué ciertas emociones aparecen con más fuerza. Pero no se trata de ponerle etiquetas rígidas al estado de ánimo, sino de tener herramientas para acompañarte mejor.
Una forma práctica de empezar es llevar un registro durante algunos meses. Puede ser en papel, en una app o simplemente anotando en el móvil cómo te sientes cada día. ¿Te notas más sensible? ¿Más enfocada? ¿Más apática? ¿Con más ganas de estar sola o de compartir? Con el tiempo, ese registro puede mostrarte un patrón claro, que te permita anticipar lo que viene y prepararte de forma más amorosa.
Además, no todas las mujeres viven el ciclo menstrual de la misma manera. Lo que para una puede ser un momento de plenitud, para otra puede resultar incómodo o confuso. Y todo está bien. Lo importante es habilitar esos espacios para escucharte, sin forzar estados que no se corresponden con lo que realmente estás sintiendo.
Encontrar un ritmo propio sin pedir permiso
Hablar de emociones vinculadas al ciclo menstrual no es un capricho, ni una forma de justificar comportamientos. Es una invitación a observarnos desde otro lugar, más honesto y menos exigente. El cuerpo tiene una lógica que muchas veces va por otro camino distinto al que marca el reloj externo.
Aceptar que no somos lineales ni predecibles puede ser liberador. Quizá no podamos evitar sentirnos irritables, tristes o desganadas en ciertos momentos, pero sí podemos dejar de juzgarnos por ello. Dar lugar a lo que aparece, sin esconderlo ni dramatizarlo, puede ser una manera más saludable de transitar el mes.
Y aunque parezca que es algo que “ya deberíamos saber”, muchas veces cuesta reconocer que la química interna tiene voz propia. Escucharla no nos debilita. Al contrario: puede ser el primer paso para construir un vínculo más respetuoso con nosotras mismas.